lunes, 9 de febrero de 2009


Recuerdo aquella mañana de Diciembre. Podría decir que era un día triste y lluvioso de invierno en el que el cielo representa nuestra aburrida rutina con los colores más tristes, pero lo cierto es que era un buen día. El buen humor no me abandona tan fácilmente y, a pesar de que la Navidadsordo-ciega y repartía sus mejores platos colocados en grandes bandejas a lo largo de la mesa. Mi padre se resignaba y llenaba de humo sus pulmones con el resto de la familia. Mis primos no se enteraban de nada y mi hermana seguía muerta, por mucho que rezara mi madre, mirándonos y riéndose desde alguna estrella, supongo. se acercaba, se mantenía tan presente como siempre. El frío no me molesta, aunque a veces duela; la imagen del sol tostando las hojas caídas hacen que uno se olvide de que ha dejado de sentir los dedos de las manos y que está apunto de perder las orejas. Lo que era realmente doloroso era que aquella imagen fuera estropeada con un conjunto de bombillas fundidas que, se suponía, representaban el ángel que blablabla…Navidad. Aunque intentaba mirar para otro lado, en Diciembre era imposible no darse cuenta de que aún estaba entre nosotros; esto me ponía furioso. Nunca nada me importaba como para ponerme furioso, y menos los cuentos inventados que, más bien, suelen resultarme patéticos y risibles; pero este me cabreaba, me enfurecía de verdad. No entendía como podían ilusionarse tanto por recordar algo en lo que no creían y que luego perdieran las ganas, y con ella la ilusión, de apreciar y guardar con tanto mimo su presente, su propia vida. El 24 de Noviembre de 1984 descubrí que no vivo en el mismo planeta que ninguno de mis familiares. No fue tan duro como pueda parecer, no pude evitar celebrarlo. Mis abuelos se encargaban de poner la casa y se pasaban el día fingiendo un pontón de sonrisas al resto de la familia, rompiendo la apariencia tras cruzar el umbral del salón para discutir “a escondidas” en la cocina. Mi madre se hacía la Ese año me perdí la escena, pero los catorce años anteriores me habían servido para conocerla al dedillo. Echaba mucho de menos a Jane ese año y decidí ir a verla al cementerio, yo nunca me creo eso de la estrella; me hacía gracia. Cuando llegué al pradín donde Jane llevaba tres años dormida me encontré con un grupo de gente. Parecía un desfile de gabardinas de temporada y complementos. Me acerqué al evento y me dejé confundir con uno de los participantes. Una de las chicas que mas descansada parecía se quedó sola y me acerqué. Por suerte, yo había adelantado la adquisición de mi gabardina negra hasta la rodilla antes del desfile. Dejé que aquella chica me hablara durante horas. Realmente no se la entendía nada y no paraba de restregarse por la cara un pañuelo lleno de mocos pero, aun así, era la chica con la voz más dulce del jardín. Cuando creí que había terminado de hablar me levanté, le besé la frente como hacía mi madre cuando me veía llorar y me fui sin decir nada. No me gusta hablar de más y hablar de monos, bueno, es más cómodo. Regresé a casa y comprobé que todo estaba como todos los años, excepto el de pelo de Marine, que cada año es de un color diferente.

Me mantuve en silencio durante toda la cena, por eso de que todos los años me dicen “otro año que haces que se pierda la mágica de la Navidad.” Como cada año empezaron a hablar de la sociedad, educación, política del país…y acabaron prometiendo el compromiso de ayudar a los más desafortunados este año, sin intenciones de cumplir ni una sola de sus promesas y propósitos para los tiempos que venían. El pleno apogeo depresivo de la conversación y después de sentirse realmente comprometidos y generosos con el mundo que queda fuera de sus casas por saber que tambien existen y compadecerse un poco de su situación, decidieron poner fin a un momento tan incómodo y alegrar un poco la noche. En ese preciso momento fue cuando se dieron cuenta de que yo ya había llegado de mi novedoso paseo de Nochebuena.

-Cambiemos de tema, que no arreglamos el mundo deprimiendonos una noche tan especial como esta. Deberíamos recordar como nos ha ido este año…

Creo que este momento es uno de los motivos por los que la Navidad me pone furioso, hace que odie a mi madre, aunque no quiera. No entiendo su empeño por recordar, tenr presente y compartir unas vidas tan absolutamente coñazos como las nuestras ”¿Qué es lo mejor que te ha pasado este año?¿Y lo peor?¿Y a ti?” Después se echa a llorar y habla durante horas de Jane.

-Nos estará viendo ahora mismo desde las estrellas. ¿Qué puede haber más triste que pasar la Navidad lejos de los tuyos?¿Qué?


-Que tu padre se muera el día de Nochebuena porque se atrangató con un filete.

No se si le sentó mal que contestara a su pregunta retórica, que me partiera el culo de risa o que siguiera hablando como si nada hubiera pasado mientras todos me miraban boquiabiertos como cada año.

-Eso es lo que vi en mi paseo antes. Fui a ver a Jane, al cementerio porque no está en ninguna estrella sino en esa mierda de jardín embarrado, y conocí a un montón de gente. Todos lloraban y estaban tan cansados que no les hacía gracia ni nada, por eso no me reí, porque nadie entendía nada.

Seguí allí, sin poder parar de reír a pesar de sus caras de negación y asombro-se atragantó con un filete…-repetí, pero ellos tampoco entendían nada. Se me saltaban las lágrimas mientras mi madre repetía la frase de siempre.

-Otro año que haces que se pierda la magia de la Navidad.
-La
magia está perdida - y todos los años la misma respuesta.

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